Una leona había perdido a su cachorro.
Se lo había robado un cazador.
La infeliz madre lanzaba tales rugidos,
que retumbaba toda la selva.
La noche, con su oscuridad y su silencio,
no detenía los alaridos
de la reina de los bosques.
Ninguno de los animales que vivían
cerca podía conciliar el sueño.
Por fin, la osa le dijo:
—Todos los hijos que han caído en tus fauces,
¿no tenían también padre y madre?
—Sí, los tenían —admitió la leona.
—Pues si es así, y nadie nos ha quebrado la cabeza
por su muerte; si tantas madres han callado,
¿por qué no callas tú también?
—¡Callar yo, desdichada osa!
¡No sabes que he perdido a mi hijo!
¡Mi hijo no es igual a los otros que has mencionado!
¡Era mi hijo!
—Eso mismo habrán dicho todas las madres
a las que tú has quitado sus hijos, señora leona.
La Fontaine
Moraleja:No hay que hacer a los otros lo que no queremos
que nos hagan.