miércoles, 22 de mayo de 2013

El Perro Glotón

El Perro Glotón

Un perro llevaba entre los dientes un buen pedazo de
carne y, al cruzar un puentecillo de madera, se asomó a
la barandilla viendo claramente reflejada en el agua su
propia figura. El muy simple creyó que se trataba de
otro perro que tenía en la boca un trozo de carne más
grande que el suyo.
Con los ojos brillantes de avaricia, pensó en apoderarse
también de la carne del otro y se preparó ávidamente
para abalanzarse sobre él, abriendo por completo sus
poderosas mandíbulas. Pero al hacerlo así, su propia
carne se le escapó de la boca, yendo a caer de golpe
en el agua, donde ya sólo se veían los círculos que se
iban formando en la superficie, tan grandes al fin,
como la propia estupidez del perro, quien aquí 
comprendió que, por codiciar un trozo de carne
mayor que el suyo, se quedó sin ninguno.

Esopo

Moraleja:
No hay que ser codiciosos, pues, por desear lo que otros
tienen,  podemos perder lo que nos pertenece

La Rana y la Gallina

La Rana y la Gallina

Desde su charco una parlera rana
oyó cacarear a una gallina.
-¡Vaya! —le dijo—, no creyera, hermana,
que fueras tan incómoda vecina,
Y con toda esa bulla, ¿qué hay de nuevo? 
—Nada, sino anunciar que pongo un huevo. 
—¿Un huevo solo y alborotas tanto?
—Un huevo solo; sí, señora mía.¿Te espantas
de eso cuando no me espanto de oírte 
cómo graznas noche y día?
Yo, porque sirvo de algo, lo publico;
tú, que de nada sirves, calla el pico.

Tomás de Iriarte

Moraleja:
Al que trabaja algo, puede disimulársele
lo que pregone; el que nada hace debe callar.

El sol y el viento

El sol y el viento

Disputado el ciento del norte con el sol 
sobre cuál de los dos era más fuerte y poderoso.
No queriendo ninguno de los dos aceptar la
superioridad del otro, convinieron en someter
a una prueba su poderío. El primero que lograse
despojar de su capa a un caminante seria el vencedor.
El viento del Norte comenzó a soplar furiosamente
acompañado de violentos chaparrones;
mas en vez de llevarse la capa del viandante,
hizo que éste se abrigara más con ella,
envolviéndose y sujetándola con ambas manos.
Le llegó el turno al Sol de probar sus
fuerzas. Inmediatamente empezó a lanzar
sus rayos sobre el pobre hombre, con tal 
ardor que lo obligó a quitarse la capa y
a sentarse sudoroso a la sombra de un árbol.
El Sol resultó vencedor.

Esopo

Moraleja:
No siempre el que grita más es el más fuerte.

lunes, 20 de mayo de 2013

La sopa de Piedras.

La sopa de Piedras

Hace muchos años, llegaron unos viajeros
a una pequeña aldea de Rusia. Eran
dos jóvenes y un hombre mayor llamado
 Iván. Estaban muy cansados y hambrientos,
porque habían recorrido una gran distancia.
Cuando vieron la aldea se pusieron muy
contentos, y pensaron que al fin podrían
comer  y descansar de su largo camino.
—Compañeros —comentó Iván—,
estoy seguro de que la gente de este pueblo
compartirá su cena con nosotros si le decimos
 cuánto hemos caminado.
—¡Qué bueno que llegamos! Siento
un hoyo en el estómago por el hambre que tengo
—dijo Boris, uno de los jóvenes viajeros.


Iván se acercó a una casa y tocó la puerta.
—¿Quién es? —preguntó una voz de mujer.
—Somos tres viajeros camino a nuestros hogares.
¿Podrías compartir con nosotros un poco de tu 
comida, buena mujer? 
—¿Comida? No, no puedo. No tengo nada
que compartir con ustedes.
—Gracias —contestaron los tres hombres.

Iván se acercó a otra puerta,
—Buenas tardes —saludó Iván.
—¿Qué quieren? —preguntó sin cortesía una voz ronca.
—Quisiéramos algo de comer. Somos tres viajeros camino
a nuestra casa. Hemos recorrido un tramo larguísimo y
estamos hambrientos. —No tengo nada que invitarles
-contestó el hombre desde la ventana.

Iván tocó otra puerta, pero obtuvo el mismo resultado,
nadie abrió y mucho menos los invitaron a cenar.
—¡Qué gente tan egoísta! —dijo Boris.
—No saben compartir —confirmó Mikolka, el otro viajero.
—¡Ya sé! —exclamó Iván—. Vamos a darles una lección 
a estas personas. Les enseñaremos a hacer sopa de piedra!
—¡Qué buena idea!—dijeron sus compañeros,.

Algunos de los aldeanos miraban por las ventanas,
esperando que los extraños se fueran del lugar
—¿Todavía no se van? —preguntó un viejo.
—¡Aquí no queremos vagabundos! —amenazó una mujer.


Mientras tanto los viajeros prendieron una fogata
en medio de la aldea. Sobre el fuego colocaron una
olla que encontraron abandonada en un patio.
—Vamos al arroyo por agua —dijo Boris.
—Está bien. Y no olviden traer unas piedras para
la sopa—grito Iván para asegurarse qué todos 
en el pueblo lo oyeran—; pero elijan unas 
sabrosas y redonditas. Al poco rato los compañeros
de Iván regresaron con unas piedras y las pusieron
dentro de la olla. —Esta sopa va a quedar muy
rica —dijeron los tres.


Los aldeanos, que habían estado muy pendientes 
de todos los movimientos de los visitantes, salieron
de sus casas y se acercaron al fuego.
—¿Qué están haciendo? —preguntó uno de ellos.
—¡Oh!, sólo un poco de sopa de piedra —contestó Boris.
—¿Sopa de piedra? Yo nunca había oído de esa sopa.
—¿Nunca ha probado la sopa de piedra? —dijo Iván—.
¡Ah! Entonces acompáñenos a cenar para que la pruebe.
¡Compañeros! Hoy tenemos un invitado para la cena. 
Debemos agregar otras piedras a la sopa.
Muy bien —dijo Boris, y dirigiéndose al
aldeano preguntó—: Disculpe, buen hombre, 
¿de casualidad tendrá usted una cuchara? No estaría
bien que moviéramos la sopa con una varita hoy 
que lo tenemos a usted como invitado. —Sí, sí —
dijo el aldeano—. Voy por ella.
—Es usted muy generoso —agradeció Mikolka.

Una aldeana se acercó para ver qué pasaba. 
Una de sus amigas también salió de su casa y le preguntó:
—¿Qué hacen esos hombres?
—Dicen que preparan sopa de piedra
—¿Y tomaron las piedras de nuestro arroyo?
—Sí, amiga, y te diré que esa sopa huele muy rico.
—Pues yo no huelo nada, qué raro.
—La verdad es que yo tengo mucha hambre.

El aldeano que había ido a buscar la cuchara 
regresó y además trajo su plato. Boris comenzó
a mover la sopa de piedra y luego la probó. 
—¡Mmm, está muy rica! Sólo le falta un poco 
de cebolla. Las dos amigas ya se habían acercado
al fuego y una de ellas dijo que tenía una cebolla 
en su casa. —¡Qué bien! —exclamó feliz Mikolka—.
Así le daremos un mejor sabor a nuestra sopa.
Traiga también su plato, para que cene con nosotros.

La mujer se echó a correr y enseguida volvió con 
varias cebollas. Boris las puso en la olla de la sopa
y después de un rato la probó de nuevo.
—¡Qué rica está!, pero con unas zanahorias quedaría mejor.
—Yo tengo algunas en mi casa —dijo otro de los 
aldeanos—. Voy por ellas. Casi al instante el aldeano
regresó con un pequeño costal de zanahorias muy limpias.
Boris las agregó a la sopa y después de un rato volvió 
a probarla.

—Ya está mejorando más el sabor. Ahora sería buen
momento para agregarle unas papas. Un hombre entró 
a su casa y regresó con una canasta de papas lavadas 
y peladas. Boris las agregó a la sopa.
—¡Ay, no puede ser! ¡Son demasiadas papas, 
ya no sabrá bien la sopa! —gritó Iván.
Los aldeanos se miraron decepcionados. 
"¡Qué pena, tan rica que estaba quedando!", pensaron.

—Todavía se puede arreglar —dijo Boris— 
¿Qué les parece  si agregamos un poco de carne?
—Yo tengo en casa —dijo otro aldeano—. Voy por ella.
Por fin el aldeano trajo la carne y se la agregaron a la sopa.
Mientras la sopa terminaba de cocinarse, varias personas 
de la aldea se acercaron para preguntar a los viajeros si
 cualquiera podía hacer sopa de piedra.
—¡Claro que sí! —afirmaron Iván y sus compañeros—.
Sólo se necesita agua, piedras y un poco de hambre.

Luego de un rato aquella sopa comenzó a oler realmente
delicioso, Iván les dijo a los aldeanos: -!Qué piedras mas 
ricas hay en esta  aldea, La sopa va a quedar muy sabrosa, 
¿por qué no traen todos su plato y así compartimos esta
nutritiva sopa? Todos los aldeanos disfrutaron de una ríca
cena mientras tanto, Borís y Mikolka comían y contaban 
historias sobre los lugares lejanos  que habían visitado.

Libro de lecturas de tercer grado

domingo, 19 de mayo de 2013

La viejita y los quesos.

La viejita y los quesos


Una viejita llamada Matilde tenía una cabra
que daba mucha leche.



Con la leche de la cabra hacía quesos
y los vendía en el mercado.



Julián, el vecino, también hacía quesos, 
pero sus cabras daban menos leche 
que la cabra de la viejita. Todos los días,
mientras ordeñaba sus cabras, Julián 
se preguntaba muy enojado: 
-¿Cómo hará la viejita para hacer 
tantos quesos con la leche de una sola cabra?


Una noche, mientras todos dormían, Julián 
entró al corral de la casa de la viejita, dejó 
una cabra de su rebaño y se llevó la cabra
de Matilde.

Por la mañana, cuando Matilde se levantó
a ordeñar su cabra, se dio cuenta de que 
se la habían cambiado. Sin embargo, 
esta cabra dio tanta leche como la otra.

Al mediodía, Matilde encontró a Julián 
en el mercado y le dijo:  -¿Así que hiciste 
muchos quesos con la leche de mi cabra?

-No -respondió Julián-. 
Sólo me dio leche para un queso.

Ya ves, te llevaste mi cabra, pero no
mi secreto. El secreto no es la cabra,
sino la alegría con la que hago mi trabajo.
Libro de lecturas de primer grado (el de la portada del perrito)

Mariposo de papel.

Mariposo de papel


En lo más alto de un cerro, donde el
viento sopla fuerte, vivía un niño
llamado Oceloti


Un día, Oceloti se despertó muy
temprano para esperar a su papá que
llegaba de viaje.

Cuando su papá llegó empezó a repartir
los regalos.


-¿A mi qué me trajiste?- preguntó
Oceloti.


-Una hoja de papel- contestó su
padre.


El niño fue corriendo a buscar sus
pinceles y se puso a pintar.

oceloti dibujó una flor decuatro
pétalos y cada una le puso un
color distinto. Así, la hoja de papel se
convirtió en una flor, que tenía todos 
los colores que embellecen al mundo.

Cuando el niño terminó de pintar, quiso
ir a la casa de su abuelo para mostrarle
la flor.


Pero a medio camino un remolino de
viento le quitó su hoja y se la llevó
volando. Mientras la hoja volaba por
el aire, Oceloti imaginó que la flor era
una mariposa.


Entonces pensó que si la ataba a un
hilo para que no se la llevara el
viento, podría elevarse muy alto.

Llegó a casa de su abuelo, le pidió
un hilo. lo amarró a la hoja y salió
para hacerla volar.

Fue así como Oceloti inventó el 
papalote.

Libro de lecturas de primer grado (el de la portada del perrito)

El malora del corral.

El malora del corral


Había una vez un perro que se creía el
dueño de todo. Al caminar por el rancho
decía: -¡Soy el más bravo y valiente 
de aquí!


Se pasaba todo el día tirado de panza.
Y para divertirse, molestaba a todos
los animales.


Una mañana fue y le ladró a las
vacas, que asustadas tiraron la
leche.


Después se acercó a los cerdos y les
gruño tan fuerte que los pobres 
resbalaron una y otra vez.


Al día siguiente, correteó al gato hasta
el palomar.
En el patio quedó el perro rodeado de
plumas y el gato colgando de una rama.


Por la tarde encontró a los guajolotes
comiendo en el corral.


Dio un gran salto y cayó sobre el 
maíz. Fue tal el susto que los
guajolote chocaron unos contra otros.


Todos los animales querían desquitarse,
pero le tenían miedo.
Ya nadie salía a pasear.


Hasta una tarde, la gallina sacó a
comer a sus pollitos.


El perro apareció ladrando y la gallina,
en vez de huir, lo recibió a picotazos.


-¡A mí no me asustas gordo malora!-le dijo
muy enojada.
Adolorido, buscó dónde esconderse.
Y desde ese día no volvió a asustar a nadie.

Libro de lecturas de primer grado (el de la portada del perrito)