miércoles, 19 de febrero de 2014

El Dos Pies

El Dos Pies

Entre los animales que habitan las llanuras del Mayab,
se encuentra Balam, el tigrillo.

Balam nació en una cueva y era la adoración de su ma-
dre, que lo cuidaba mucho y le daba todo.

Creció hermoso, fuerte y esbelto y, muy pronto, como
tigre que era, quiso valerse por sí mismo. Cierto día,
dijo a su madre:

—Quiero salir al mundo, porque ya me siento grande y
fuerte.

Mirándolo con ternura, su madre le contestó:

—Aún eres joven, y no todo en la vida se logra con fu-
erza. Es verdad que puedes defenderte de otros animales
parecidos a ti, o huir de ellos para que no te maten.
Pero hay un animal que no conoces. Se llama Ca'dzit ok,
el Dos Pies. A ese, cuando sea necesario, puedes enfren-
tarlo con astucia. Pero nunca lo busques.

—¿Es grande ese Ca'dzit ok? —le preguntó Balam.

—De tamaño, no —respondió su madre.

—Yo lo dominaré —afirmó él.

—No, hijo; no te acerques —insistió ella.

Por fin, una mañana, el pequeño Balam decidió ir en busca
de aventuras y, sin decirle nada a su madre, salió a correr
mundo.

Lo cierto es que sólo pensaba en aquel Ca'dzit ok, al que 
no conocía.

Caminando caminando, se encontró con un venado.

—¿Eres tú el Ca'dzit ok? —le preguntó.

—No —constestó el venado —yo procuro andar lejos de él y
no quiero encontrármelo.

—¡Eres un cobarde! —le dijo el tigre, y lo mató de un zar-
pazo.

Siguió su camino y, en un claro del bosque, se encontró 
con Kambul, el pájaro amarillo.

—¿Tú eres el Dos Pies? —lo interrogó.

—No —respondió Kambul—, no lo soy. ¿Para qué lo buscas?

—Para demostrarle que soy muy fuerte y que soy el rey de
la astucia —dijo Balam.

—Aléjate de él —insistió el pájaro—; no podrás vencerlo.

—Eres débil, Kambul —afirmó Balam, y de un zarpazo le dio
muerte.

Continuó andando y, como si estuviera señalado por su des-
tino, vio venir a otro animal. Era raro y parecía débil;
tanto, que tenía que protegerse con ropa y caminaba lenta-
mente, sin firmeza, porque usaba solamente dos de sus patas.

—¿Eres el Ca'dzit ok? —preguntó el tigrillo.

—Sí, Balam, yo soy.

Muy seguro de sí, el felino soltó la carcajada.

—¿Y es de ti de quien debo huir? Si de un manazo puedo 
acabar contigo.

Balam continuó diciendo:

—Eres tan débil que debes andar con ese tronco negro de pa-
paya para abrirte paso en el monte, tienes que cubrirte el
cuerpo para que no te hieran las espinas y ponerte cueros
en los pies para no lastimarte.

Y añadió:

—De todos modos te voy a matar. Pero voy a darte una última
oportunidad. Escoge la forma en que deseas morir.

—Eres valiente y presuntuoso —afirmó el Dos Pies—, pero 
acepto tu reto. Vamos a ponernos espalda con espalda y cami-
nemos diez pasos. Entonces nos damos la vuelta y atacamos.

—Bueno —dijo el tigre—, así tomo más impulso y caigo con más
fuerza sobre ti.

Entre el verdor límpido del campo, asomaron las cabezas de 
muchos animales, testigos del extraño duelo que iban a li-
brar Ca'dzit ok y Balam. A lo lejos, se escuchaba la alga-
rabía de los pájaros.


De espaldas, los duelistas iniciaron la marcha, y cada pa-
so resonaba sobre la tierra húmeda:

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y
diez.

Rápidamente, Balam se lanzó contra el Dos Pies y se encon-
tró con una bola de fuego y con la sensación de haber tro-
pezado con algo denso y caliente.

A pesar del humo producido por el disparo, se dio cuenta
de que aquel tronco de papaya era en realidad un rifle que
escupía bolas de fuego.

Sacando todas sus fuerzas, mal herido, huyó como alma que
lleva el viento.

Con él, fijas en su mente, iban las palabras de su madre:

—No te metas con el Ca'dzit ok.

Recopilador: Clara Mireya Chi Ac.
Comunidad: Nunkiní, Mpio. de Calkiní, Campeche.

sábado, 15 de febrero de 2014

Pulgarcito

Pulgarcito

En una aldea junto a un bosque, vivían, en la casita más humilde del pueblo, una familia de leñadores compuesta por los padres y siete hijos varones.
El menor de los siete hermanos era un niño tan bajito y esmirriado 
que todos le llamaban Pulgarcito, porque al nacer abultaba tan poco
como el dedo pulgar de su padre, pero aunque era pequeño en tamaño, 
era grande en astucia. La familia era muy pobre, muchas veces no tenían con qué
alimentarse y hubo un invierno especialmente crudo en que
hasta la leña escaseaba y, desesperados, los esposos decidieron
deshacerse de sus hijos.

Por la noche, los esposos esperaron a que
los niños se durmieran y después acordaron
que al día siguiente los llevarían al bosque
a por leña, los internarían dando vueltas para
que no supieran volver y los dejarían
abandonados.
Pero lo que los padres no sabían era que
Pulgarcito, pequeño y silencioso como un ratón, 
se había escondido 
en una esquina 
y lo había oído todo.
 El niño salió fuera 
y recogió un puñado de guijarros del jardín.
Después se fue a dormir.
Al día siguiente los padres les abandonaron como habían acordado. 
Los hermanitos, al verse solos, empezaron a llorar de miedo,
 pero Pulgarcito les dijo que no se preocuparan.
 En el camino de ida había ido dejando caer los guijarros
 para marcar el camino, de manera que siguiendo las piedrecitas,
 volvieron a encontrar el camino a casa. A los pocos días, los padres 
volvieron a discutir su abandono y de nuevo Pulgarcito
les escuchó, pero esta vez  la puerta estaba
cerrada y no pudo salir a recoger piedras.
A falta de piedras, fue dejando caer migas
del pan del desayuno, pero cuando intentó
encontrar el camino de regreso, los pájaros,
que también pasaban hambre en invierno,
se las habían comido. ¡Estaban perdidos!
A pesar de todo, Pulgarcito no se asustó.
Se subió a un árbol y a lo lejos vio el humo
que salía por la chimenea de una casita
y hacia allí guió a sus hermanos.
Les abrió la puerta una mujer que,
al verlos perdidos, exclamó:
-¡Pobres pequeños!, habéis venido a parar
al peor lugar del mundo, pues mi marido
es un ogro comeniños y está a punto
de llegar. Aun así, les dejó pasar para
que se calentaran frente a la chimenea.
Cuando el ogro volvió a casa, la mujer
escondió a los niños debajo de la mesa.
-¡Aquí huele a niño! -rugió el ogro,
y a continuación levantó el mantel
sorprendiendo dentro a los siete niños
que lloraban asustados.
-¡Menudo festín me voy a dar! -añadió
el ogro- ¡me los comeré ahora mismo!
-Espera -dijo su mujer para ganar tiempo-,
será mejor darles una buena cena para
que engorden y matarlos mañana, así
podrás invitar a tus amigos a la fiesta.
Así que encerraron a los niños en la despensa.
 En esa habitación guardaba
también el ogro siete ratas bien gordas
y atadas para que no se escaparan, por si
venían tiempos de escasez.
El ogro puso a los niños en una esquina y a las ratas en otra,
 pero Pulgarcito tuvo una idea: cambió de sitio a las ratas
 y puso a sus hermanos en el lugar donde habían estado ellas.
 Por la noche, el ogro estaba intranquilo pensando que los niños podían
escaparse, así que. bajó a la despensa con la intención de matarlos.
 Se dirigió a la esquina donde había dejado a los siete hermanitos,
 pero como estaba muy oscuro, no se dio cuenta de que en realidad estaba
degollando a las siete ratas. Después
se marchó a dormir. Cuando al día siguiente
la esposa abrió la despensa y se encontró
las ratas muertas, dejó escapar a los niños
fingiendo sufrir un desmayo.
 

El ogro se encolerizó al saberse engañado, pero no se rindió.
 Se calzó sus botas de siete
leguas y se puso a perseguir a los niños.
Éstos se escondieron en una gruta y cuando
el ogro llegó, cansado, se sentó a reposar
un poco. Mientras dormía, el astuto Pulgarcito
salió de su escondite, le quitó al ogro
las botas y se las calzó.
Después les dijo a sus hermanos que
se marcharan a casa, que ya no quedaba
lejos y se marchó de nuevo a la casa del
ogro, donde la buena mujer le abrió la puerta.
-A su marido le han asaltado unos bandidos
-dijo Pulgarcito-, me ha mandado venir
a pedir riquezas para pagar el rescate
y me ha dado sus botas para que llegara
más deprisa.

La esposa creyó sus palabras y le entregó todas las joyas
 y tesoros que el avaro ogro había acumulado durante años
 y Pulgarcito se marchó. Pulgarcito, regresó a su casa 
y sacó de la miseria a toda su familia. Con los años, 
se convirtió en el correo real, pues, incluso siendo tan pequeño,
 con las botas de siete leguas llevaba cartas y mensajes urgentes
 más rápido que un tiro de siete caballos. 

Los duendes y el zapatero

Los duendes y el zapatero

Había una vez un zapatero muy trabajador, pero tan pobre, como para que sólo le quedara cuero para hacer un único par de zapatos.
A pesar de todo, tenía la esperanza
de no quedar arruinado, pues una vez
terminados los zapatos, podría venderlos
y comprar más cuero para continuar con el negocio sin tener que cerrar la tienda.
De este modo, cortó el cuero
y lo dejó todo preparado por la noche para
coser un par de zapatos
a la mañana siguiente.
Pero cuando se levantó y entró en el taller para terminar el trabajo que tenía pendiente observó que los zapatos ya estaban terminados, Muy sorprendido, preguntó a su mujer si había sido ella la que los había cosido y, ante su negativa, trató de recordar si él mismo se había levantado en sueños para hacerlo, pero no. Era realmente un misterio, ¿quién podía haberlos cosido? Y, además, de qué manera, pues era el par de zapatos más bonitos,
elegantes y mejor
trabajados que había visto
jamás en su vida.
En cuanto los colocó en el escaparate de la
tienda se formó un corro alrededor. ¡Eran los
zapatos más preciosos que se vendían en
toda la ciudad y la población los admiraba!
Al poco rato, un hombre que por sus vestidos
y maneras parecía un aristócrata, entró en la
zapatería y ofreció una cantidad desmesurada
por el par de zapatos. El zapatero no podía
creer su suerte y se los vendió. Pero, además,
la alegría no iba a terminar allí, puesto que,
por deseo del adinerado cliente, se
comprometió a coser otro par más para
el día siguiente, pues el noble tenía dos hijas
y deseaba regalar uno a cada una. 
Efectivamente, el zapatero repitió la operación
y dejó la piel preparada en el taller por
la noche. De nuevo, los zapatos volvieron
a coserse de forma milagrosa y esta vez era
un par quizá más bonito todavía que el
anterior, por lo que el caballero pagó aún
más dinero y siguió encargándole zapatos.
En poco tiempo se había corrido la voz
de que era el mejor zapatero del reino
y su comercio se llenó de damas adineradas
y caprichosas que deseaban poseer uno
de sus famosos pares. De este modo,
el zapatero se enriqueció y comenzó
a tener amistad con las personas ricas
y nobles de la ciudad, que le invitaban
a sus fiestas.

El zapatero se compró una mansión y
comenzó a vivir con gran lujo junto
a su mujer y es que el negocio prosperaba
pues, todas las noches, los zapatos aparecían
cosidos y terminados y cada modelo era
más precioso que el anterior. Un día estaba
comiendo con su mujer cuando empezaron
a hablar del misterio.
-¡Cuánto me gustaría saber quién cose
los zapatos! -dijo el zapatero-, así podría
agradecérselo.
-Se me ocurre una idea -dijo la mujer-:
esta noche nos esconderemos en algún
rincón oscuro del taller y esperaremos
a ver si llega alguien.
Así lo hicieron. En cuanto se hizo de noche,
los esposos se escondieron tras unos
pesados cortinajes y esperaron en silencio.
Apenas había pasado ur\a hora, cuando
oyeron unos pequeños fluidos y con gran
sorpresa vieron aparecer dos hombrecitos
diminutos de largas orejas que iban desnudos.
Eran dos duendecillos due se pusieron
a saltar y a bailar de alegría al ver
el trabajo que tenían por delante.
En un santiamén cosieron un par
de zapatos preciosos y desaparecieron
de un modo igual de sigiloso y misterioso
que como habían aparecido.
Asombrados por lo que habían visto, los esposos se pusieron a comentarlo. -Me gustaría hablar con los duendes -dijo el zapatero-. Así podría decirles
 lo mucho
que les agradezco
sus favores, pero
tengo miedo de que
si me ven aparecer,
se asusten
y se marchen.
-Entonces -contestó
su mujer- ya sé lo que haremos. ¿No te has
fijado en que los pobrecillos iban desnudos?
¿Por qué no les haces unos zapatos a su
medida? Yo podría coserles unas repitas.
Se lo dejaremos todo en la mesa de trabajo
y así tendrán un regalo de agradecimiento
sin que se asusten al vernos.
De modo que cosieron las ropas
y los zapatos.
Por la noche dispusieron el trabajo como de costumbre y colocaron las pequeñas prendas y los zapatitos junto al material para coser. Después se escondieron otra
vez tras las cortinas. Los duendes
aparecieron a su hora habitual dando
saltos y cantando como siempre, pero
cuando vieron los regalos aún cantaron
más alto y bailaron con más alegría. Mientras
se ponían las ropas, recitaban:
Ahora que tenemos zapatos nosotros ¿Quién los coserá para otros?
Y una vez que estuvieron vestidos, se marcharon sin haber cosido los zapatos.
Los duendes no volvieron nunca más al taller ni a ayudar al zapatero por las noches, pero
él no les guardó rencor porque gracias a ellos se había hecho rico, era conocido en toda la comarca y tenía muchos encargos.
Y como había aprendido a hacer
los preciosos
modelos que cosían
los duendes, siguió
fabricando zapatos
maravillosos
y aumentando
su fortuna.

jueves, 13 de febrero de 2014

La casita de caramelo

La casita de caramelo


En mitad de un profundo bosque vivían en
una humilde casita un leñador, su esposa 
y sus dos pequeños hijos. El niño se llamaba
Hansel y la niña Gretel.

La madre de los niños había sido una mujer
virtuosa y buena que murió siendo ellos
muy pequeños, por lo que el leñador volvió
a contraer matrimonio. Desgraciadamente
se casó con una mujer egoísta y malvada
que odiaba a los niños, pues consideraba
que eran un estorbo y una carga. Y es que
el leñador era un hombre muy pobre, con
la poca leña que cortaba apenas tenían
para comer. Él quería dárselo todo a su
familia, pero la mujer siempre se guardaba
a escondidas la mejor parte y tenía
a los pequeños medio muertos de hambre,
aunque ellos eran tan buenos que le 
demostraban su cariño a pesar de sus 
malas acciones. En cierta ocasión hubo 
una hambruna tan terrible que no había
apenas comida y la madrastra estaba tan
furiosa que decidió deshacerse de los niños.
Por la noche empezó a discutir con el 
leñador diciéndole que lo mejor era abandonar
a los dos hijos en el bosque. -¿Pero qué 
dices mujer? -se escandalizó el leñador,
que amaba tiernamente a sus hijos-. ¡No
podemos abandonarlos, se los comerían 
las bestias salvajes! -¿Es que prefieres 
verlos morir de hambre en tu propia casa?
-dijo ella. Y tantos motivos y razones le dio
que al final el pobre hombre se convenció
de que era lo mejor que podía hacer.
Al día siguiente dijeron a los niños que
les acompañaran al bosque a recoger leña.
Se internaron en lo más profundo dando
vueltas, cuando estaban seguros de que
los niños no encontrarían el camino
de regreso, esperaron a que estuvieran
distraídos para desaparecer y dejarlos
abandonados.
Cuando los dos hermanitos se dieron
cuenta de que estaban solos se asustaron
mucho, se abrazaban temblando, llorando,
llamaban a gritos a su padre y se mostraban
desesperados. Pero viendo que podría
hacerse de noche se pusieron a caminar 
intentando encontrar el camino de regreso.
Caminaron mucho hasta toparse con una
casita. Pero no era una casa cualquiera:
era la vivienda más increíble que habían
visto jamás. Las paredes eran de bizcocho,
las ventanas de chocolate, las puertas
de caramelo y la chimenea de helado.
Los niños saltaron de contentos, pues estaban
muy hambrientos y esa casita colmaba todos
sus sueños. Empezaron a dar mordiscos en
puertas, ventanas y paredes, llamando la 
atención de una ancianita que allí vivía y que
salió a la puerta a preguntar quién se estaba 
comiendo su casita con gran preocupación.
-Entrad, pequeños -dijo- y os prepararé una
merienda deliciosa con bizcochos, mermelada,
manzanas y otras muchas golosinas. Los dos
hermanitos entraron en la casa confiados y 
felices, sin saber que aquella ancianita era 
en realidad una terrible y malvada bruja que
se comía a los niños. En cuanto estuvieron 
dentro, cerró la puerta de un fuerte golpe y
empezó a reírse cruelmente atemorizando
a los dos pequeños. -¡Ya os tengo! -decía
frotándose las manos.
Encerró a Hánsel en una jaula y obligó a 
Gretel a servirla como si fuera su criada. 
Gretel tenía la orden de dar mucha comida 
a su hermano, para que engordara cuanto
antes, pues la bruja pensaba darse un festín
con él. Pero la niña tiraba la comida
que debía ser para Hánsel y sólo le daba
una pequeña parte para que no muriese
de hambre. Además, aprovechándose
de que la bruja no veía bien, cada vez
que ella le pedía que sacara un dedo
por los barrotes para ver cuánto había
engordado, Hansel le ofrecía un huesedllo
de pollo, de modo que cada día le parecía
a la bruja que el niño iba adelgazando más
y más. La bruja perdió la paciencia y decidió
comerse a Hansel guisado aunque no  estuviera
lo suficientemente gordo. Así,  le dijo a Gretel
que encendiera el horno y preparara la cazuela.
La niña lo hizo, pero en cuanto la bruja se 
agachó para mirar si ya había un buen fuego,
aprovechó para empujarla dentro del horno y
cerrar la puerta, de modo que la bruja murió 
abrasada. Después liberó a su hermanito y se 
pusieron a rebuscar en la casa de la bruja, que
tenía muchos tesoros y riquezas almacenadas.
Los niños lo metieron todo en un saco y se 
marcharon.
Su padre les había estado buscando desde
el día que los abandonara. Estaba arrepentido
y desesperado cuando los encontró. Su alegría
fue inmensa y más al descubrir que, gracias a 
los tesoros que traían, nunca más pasarían hambre.
Y lo mejor de todo fue que la madrastra, ya no 
estaba con ellos: había abandonado a su marido
el mismo día que dejaron a los niños en el bosque,
por lo que fueron muy felices.

martes, 11 de febrero de 2014

Robinson Crusoe

Robinson Crusoe


Robinson Crusoe era un joven al que le 
gustaba hacer viajes y correr aventuras.
En uno de esos viajes hubo una terrible
tempestad y el barco encalló en un banco
de arena. Los marineros pensaron que el 
barco se iba a hundir. Lanzaron un pequeño
bote al mar y saltaron para salvarse.

Cuando se acercaban a la playa una fuerte
ola volcó el bote y todos cayeron al agua.
Robinson llegó a la playa y se dio cuenta
de que sólo él se había salvado. Caminó
mucho y comprobó que había llegado a una isla.
Al día siguiente vio que los restos del barco
estaban cerca de la playa y fue a rescatar
todos los objetos útiles que pudiera encontrar.


Robinson buscó un lugar para construir una
casa. Tuvo que fabricar sus propios muebles,
coser su propia ropa, domesticar animales
y recolectar frutas silvestres.

Poco a poco se acostumbró a su nueva vida,
pero se sentía muy solo. Un día encontró 
un papagayo y le enseñó a hablar. Así pasó
mucho tiempo. Cierto día, Robinson descubrió
una huella humana en la arena de la playa y
poco después vio a varios hombres, pero 
huyeron cuando Robinson intentó acercarse a ellos.

Sólo quedó uno. Se hicieron amigos y Robinson
lo llamó Viernes, porque fue en este día cuando
se conocieron. ¡Después de 25 años, Robinson
tuvo alguien con quien hablar! Robinson vivió
en la isla tres años más, hasta que lo rescataron.

El lobo y las cabritas

El lobo y las cabritas

Un día, la mamá cabra tuvo que salir a comprar
comida y les dijo a sus hijas: -No le abran la
puerta a nadie más que a mí. Tengan mucho cuidado
con el lobo. Poco después de haberse ido la mamá
cabra, el lobo se acercó a la casa de las cabritas
y tocó la puerta.


-¿Quién es? -preguntaron las cabritas. -Soy yo, 
su mamá. Abran la puerta -contestó el lobo, 
tratando de imitar la voz de la mamá cabra.

La más pequeña de las cabritas, que era la más
lista, le dijo: -Nuestra madre tiene la voz más
dulce.Tú eres el lobo. 


Después de un rato, el lobo volvió a tocar la
puerta y esta vez le salió la voz más dulce,
pero la cabrita más pequeña no confió, abrió
un poco la puerta y dijo: -Enséñanos una pata
por la rendija. Al ver la pata negra del lobo,
las cabritas cerraron la puerta gritando:-¡Tú 
no eres nuestra madre! ¡Ella tiene las patas
blancas!


El lobo corrió en busca de harina para 
blanquearse la pata, pero en su carrera cayó
al río y empezó a hundirse. -¡Auxilio! 
¡Sáquenme de aquí! ¡No sé nadar! -gritaba.

La mamá cabra, que en ese momento llegaba, le dijo:
-Te sacaremos si prometes no tratar de comernos.
El lobo lo prometió.


La mamá cabra y las cabritas le tiraron una cuerda.
Jalaron y jalaron hasta que el lobo estuvo a Salvo.
-¡Muchas gracias! dijo el lobo- Me salvaron la vida.
La mamá cabra felicitó a las cabritas por ser tan
precavidas y regresaron a su casa felices de estar
otra vez juntas.

Fuente:
Libro de lecturas de primer grado ( El de la portada del perrito )

El viento

El viento


Al viento no lo podemos ver. Recordamos que existe 
cuando nos despeina y sentimos frío en la cara.

Cuando el viento sopla con fuerza, las nubes se 
mueven en el cielo con mucha rapidez. El sonido
del viento es como un silbido. Con el viento las
banderas se agitan.


También se agitan los árboles, vuelan las hojas
y se levanta el polvo.


La fuerza del viento empuja la vela de un barco,
y así el barco puede navegar.

Con el viento el rehilete puede dar muchas vueltas.
Con el viento las pompas de jabón vuelan alto y
muy veloces.


Y con el viento podemos volar una cometa tan alto
que casi alcance el cielo.


Fuente:
Libro de lecturas de primer grado ( El de la portada del perrito )

jueves, 6 de febrero de 2014

¡Se cayó el circo!

¡Se cayó el circo!


El día que llegó el circo los cirqueros montaron la 
carpa: primero pusieron el poste central y después
los otros.  El poste central era muy fuerte, pero 
nadie se dio cuenta de que lo habían puesto sobre
un nido de termitas. Por la noche las termitas se
comieron la madera y el poste quedó muy débil.
Todo parecía estar bien  y al día siguiente,
muchas personas entraron para ver la primera 
función del circo.

La función comenzó y los payasos bromearon con
el público  y contaron chistes. Luego el mago apareció
muchas palomas y hasta un conejo, que saltó y saltó
para sentarse en las piernas de una señora muy seria.
Todos reían a carcajadas al ver la cara de sorpresa y
susto que pasó la señora. Después aparecieron los 
trapecistas y las bailarinas a caballo.


Por último, empezó el espectáculo principal:
la pirámide de los elefantes. Primero aparecieron cuatro
enormes elefantes y se pararon uno junto al otro. Luego
salieron otros dos elefantes y se montaron encima de 
los primeros cuatro. Le tocó el turno a Mahir que debía
subir y pararse encima de todos los elefantes. Mahir era
muy grande y pesado. Cuando trató de subir sobre
los otros elefantes, se resbaló y golpeó el poste central.

Entonces se oyó un ruido muy fuerte, porque el poste
se rompió y la carpa cayó sobre los elefantes. La gente
salió de prisa mientras los elefantes sostenían la carpa.
El dueño del circo estaba muy nervioso, pero después
del susto, repartió paletas heladas  y palomitas de maíz
a los espectadores. Nadie salió lastimado, y todos 
terminaron por contarle a sus amigos la aventura
de los elefantes, que terminaron siendo las columnas
del circo.