miércoles, 19 de febrero de 2014

El Dos Pies

El Dos Pies

Entre los animales que habitan las llanuras del Mayab,
se encuentra Balam, el tigrillo.

Balam nació en una cueva y era la adoración de su ma-
dre, que lo cuidaba mucho y le daba todo.

Creció hermoso, fuerte y esbelto y, muy pronto, como
tigre que era, quiso valerse por sí mismo. Cierto día,
dijo a su madre:

—Quiero salir al mundo, porque ya me siento grande y
fuerte.

Mirándolo con ternura, su madre le contestó:

—Aún eres joven, y no todo en la vida se logra con fu-
erza. Es verdad que puedes defenderte de otros animales
parecidos a ti, o huir de ellos para que no te maten.
Pero hay un animal que no conoces. Se llama Ca'dzit ok,
el Dos Pies. A ese, cuando sea necesario, puedes enfren-
tarlo con astucia. Pero nunca lo busques.

—¿Es grande ese Ca'dzit ok? —le preguntó Balam.

—De tamaño, no —respondió su madre.

—Yo lo dominaré —afirmó él.

—No, hijo; no te acerques —insistió ella.

Por fin, una mañana, el pequeño Balam decidió ir en busca
de aventuras y, sin decirle nada a su madre, salió a correr
mundo.

Lo cierto es que sólo pensaba en aquel Ca'dzit ok, al que 
no conocía.

Caminando caminando, se encontró con un venado.

—¿Eres tú el Ca'dzit ok? —le preguntó.

—No —constestó el venado —yo procuro andar lejos de él y
no quiero encontrármelo.

—¡Eres un cobarde! —le dijo el tigre, y lo mató de un zar-
pazo.

Siguió su camino y, en un claro del bosque, se encontró 
con Kambul, el pájaro amarillo.

—¿Tú eres el Dos Pies? —lo interrogó.

—No —respondió Kambul—, no lo soy. ¿Para qué lo buscas?

—Para demostrarle que soy muy fuerte y que soy el rey de
la astucia —dijo Balam.

—Aléjate de él —insistió el pájaro—; no podrás vencerlo.

—Eres débil, Kambul —afirmó Balam, y de un zarpazo le dio
muerte.

Continuó andando y, como si estuviera señalado por su des-
tino, vio venir a otro animal. Era raro y parecía débil;
tanto, que tenía que protegerse con ropa y caminaba lenta-
mente, sin firmeza, porque usaba solamente dos de sus patas.

—¿Eres el Ca'dzit ok? —preguntó el tigrillo.

—Sí, Balam, yo soy.

Muy seguro de sí, el felino soltó la carcajada.

—¿Y es de ti de quien debo huir? Si de un manazo puedo 
acabar contigo.

Balam continuó diciendo:

—Eres tan débil que debes andar con ese tronco negro de pa-
paya para abrirte paso en el monte, tienes que cubrirte el
cuerpo para que no te hieran las espinas y ponerte cueros
en los pies para no lastimarte.

Y añadió:

—De todos modos te voy a matar. Pero voy a darte una última
oportunidad. Escoge la forma en que deseas morir.

—Eres valiente y presuntuoso —afirmó el Dos Pies—, pero 
acepto tu reto. Vamos a ponernos espalda con espalda y cami-
nemos diez pasos. Entonces nos damos la vuelta y atacamos.

—Bueno —dijo el tigre—, así tomo más impulso y caigo con más
fuerza sobre ti.

Entre el verdor límpido del campo, asomaron las cabezas de 
muchos animales, testigos del extraño duelo que iban a li-
brar Ca'dzit ok y Balam. A lo lejos, se escuchaba la alga-
rabía de los pájaros.


De espaldas, los duelistas iniciaron la marcha, y cada pa-
so resonaba sobre la tierra húmeda:

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y
diez.

Rápidamente, Balam se lanzó contra el Dos Pies y se encon-
tró con una bola de fuego y con la sensación de haber tro-
pezado con algo denso y caliente.

A pesar del humo producido por el disparo, se dio cuenta
de que aquel tronco de papaya era en realidad un rifle que
escupía bolas de fuego.

Sacando todas sus fuerzas, mal herido, huyó como alma que
lleva el viento.

Con él, fijas en su mente, iban las palabras de su madre:

—No te metas con el Ca'dzit ok.

Recopilador: Clara Mireya Chi Ac.
Comunidad: Nunkiní, Mpio. de Calkiní, Campeche.

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