sábado, 15 de febrero de 2014

Los duendes y el zapatero

Los duendes y el zapatero

Había una vez un zapatero muy trabajador, pero tan pobre, como para que sólo le quedara cuero para hacer un único par de zapatos.
A pesar de todo, tenía la esperanza
de no quedar arruinado, pues una vez
terminados los zapatos, podría venderlos
y comprar más cuero para continuar con el negocio sin tener que cerrar la tienda.
De este modo, cortó el cuero
y lo dejó todo preparado por la noche para
coser un par de zapatos
a la mañana siguiente.
Pero cuando se levantó y entró en el taller para terminar el trabajo que tenía pendiente observó que los zapatos ya estaban terminados, Muy sorprendido, preguntó a su mujer si había sido ella la que los había cosido y, ante su negativa, trató de recordar si él mismo se había levantado en sueños para hacerlo, pero no. Era realmente un misterio, ¿quién podía haberlos cosido? Y, además, de qué manera, pues era el par de zapatos más bonitos,
elegantes y mejor
trabajados que había visto
jamás en su vida.
En cuanto los colocó en el escaparate de la
tienda se formó un corro alrededor. ¡Eran los
zapatos más preciosos que se vendían en
toda la ciudad y la población los admiraba!
Al poco rato, un hombre que por sus vestidos
y maneras parecía un aristócrata, entró en la
zapatería y ofreció una cantidad desmesurada
por el par de zapatos. El zapatero no podía
creer su suerte y se los vendió. Pero, además,
la alegría no iba a terminar allí, puesto que,
por deseo del adinerado cliente, se
comprometió a coser otro par más para
el día siguiente, pues el noble tenía dos hijas
y deseaba regalar uno a cada una. 
Efectivamente, el zapatero repitió la operación
y dejó la piel preparada en el taller por
la noche. De nuevo, los zapatos volvieron
a coserse de forma milagrosa y esta vez era
un par quizá más bonito todavía que el
anterior, por lo que el caballero pagó aún
más dinero y siguió encargándole zapatos.
En poco tiempo se había corrido la voz
de que era el mejor zapatero del reino
y su comercio se llenó de damas adineradas
y caprichosas que deseaban poseer uno
de sus famosos pares. De este modo,
el zapatero se enriqueció y comenzó
a tener amistad con las personas ricas
y nobles de la ciudad, que le invitaban
a sus fiestas.

El zapatero se compró una mansión y
comenzó a vivir con gran lujo junto
a su mujer y es que el negocio prosperaba
pues, todas las noches, los zapatos aparecían
cosidos y terminados y cada modelo era
más precioso que el anterior. Un día estaba
comiendo con su mujer cuando empezaron
a hablar del misterio.
-¡Cuánto me gustaría saber quién cose
los zapatos! -dijo el zapatero-, así podría
agradecérselo.
-Se me ocurre una idea -dijo la mujer-:
esta noche nos esconderemos en algún
rincón oscuro del taller y esperaremos
a ver si llega alguien.
Así lo hicieron. En cuanto se hizo de noche,
los esposos se escondieron tras unos
pesados cortinajes y esperaron en silencio.
Apenas había pasado ur\a hora, cuando
oyeron unos pequeños fluidos y con gran
sorpresa vieron aparecer dos hombrecitos
diminutos de largas orejas que iban desnudos.
Eran dos duendecillos due se pusieron
a saltar y a bailar de alegría al ver
el trabajo que tenían por delante.
En un santiamén cosieron un par
de zapatos preciosos y desaparecieron
de un modo igual de sigiloso y misterioso
que como habían aparecido.
Asombrados por lo que habían visto, los esposos se pusieron a comentarlo. -Me gustaría hablar con los duendes -dijo el zapatero-. Así podría decirles
 lo mucho
que les agradezco
sus favores, pero
tengo miedo de que
si me ven aparecer,
se asusten
y se marchen.
-Entonces -contestó
su mujer- ya sé lo que haremos. ¿No te has
fijado en que los pobrecillos iban desnudos?
¿Por qué no les haces unos zapatos a su
medida? Yo podría coserles unas repitas.
Se lo dejaremos todo en la mesa de trabajo
y así tendrán un regalo de agradecimiento
sin que se asusten al vernos.
De modo que cosieron las ropas
y los zapatos.
Por la noche dispusieron el trabajo como de costumbre y colocaron las pequeñas prendas y los zapatitos junto al material para coser. Después se escondieron otra
vez tras las cortinas. Los duendes
aparecieron a su hora habitual dando
saltos y cantando como siempre, pero
cuando vieron los regalos aún cantaron
más alto y bailaron con más alegría. Mientras
se ponían las ropas, recitaban:
Ahora que tenemos zapatos nosotros ¿Quién los coserá para otros?
Y una vez que estuvieron vestidos, se marcharon sin haber cosido los zapatos.
Los duendes no volvieron nunca más al taller ni a ayudar al zapatero por las noches, pero
él no les guardó rencor porque gracias a ellos se había hecho rico, era conocido en toda la comarca y tenía muchos encargos.
Y como había aprendido a hacer
los preciosos
modelos que cosían
los duendes, siguió
fabricando zapatos
maravillosos
y aumentando
su fortuna.

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