La casita de caramelo
En mitad de un profundo bosque vivían en
una humilde casita un leñador, su esposa
y sus dos pequeños hijos. El niño se llamaba
Hansel y la niña Gretel.
La madre de los niños había sido una mujer
virtuosa y buena que murió siendo ellos
muy pequeños, por lo que el leñador volvió
a contraer matrimonio. Desgraciadamente
se casó con una mujer egoísta y malvada
que odiaba a los niños, pues consideraba
que eran un estorbo y una carga. Y es que
el leñador era un hombre muy pobre, con
la poca leña que cortaba apenas tenían
para comer. Él quería dárselo todo a su
familia, pero la mujer siempre se guardaba
a escondidas la mejor parte y tenía
a los pequeños medio muertos de hambre,
aunque ellos eran tan buenos que le
demostraban su cariño a pesar de sus
malas acciones. En cierta ocasión hubo
una hambruna tan terrible que no había
apenas comida y la madrastra estaba tan
furiosa que decidió deshacerse de los niños.
Por la noche empezó a discutir con el
leñador diciéndole que lo mejor era abandonar
a los dos hijos en el bosque. -¿Pero qué
dices mujer? -se escandalizó el leñador,
que amaba tiernamente a sus hijos-. ¡No
podemos abandonarlos, se los comerían
las bestias salvajes! -¿Es que prefieres
verlos morir de hambre en tu propia casa?
-dijo ella. Y tantos motivos y razones le dio
que al final el pobre hombre se convenció
de que era lo mejor que podía hacer.
Al día siguiente dijeron a los niños que
les acompañaran al bosque a recoger leña.
Se internaron en lo más profundo dando
vueltas, cuando estaban seguros de que
los niños no encontrarían el camino
de regreso, esperaron a que estuvieran
distraídos para desaparecer y dejarlos
abandonados.
Cuando los dos hermanitos se dieron
cuenta de que estaban solos se asustaron
mucho, se abrazaban temblando, llorando,
llamaban a gritos a su padre y se mostraban
desesperados. Pero viendo que podría
hacerse de noche se pusieron a caminar
intentando encontrar el camino de regreso.
Caminaron mucho hasta toparse con una
casita. Pero no era una casa cualquiera:
era la vivienda más increíble que habían
visto jamás. Las paredes eran de bizcocho,
las ventanas de chocolate, las puertas
de caramelo y la chimenea de helado.
Los niños saltaron de contentos, pues estaban
muy hambrientos y esa casita colmaba todos
sus sueños. Empezaron a dar mordiscos en
puertas, ventanas y paredes, llamando la
atención de una ancianita que allí vivía y que
salió a la puerta a preguntar quién se estaba
comiendo su casita con gran preocupación.
-Entrad, pequeños -dijo- y os prepararé una
merienda deliciosa con bizcochos, mermelada,
manzanas y otras muchas golosinas. Los dos
hermanitos entraron en la casa confiados y
felices, sin saber que aquella ancianita era
en realidad una terrible y malvada bruja que
se comía a los niños. En cuanto estuvieron
dentro, cerró la puerta de un fuerte golpe y
empezó a reírse cruelmente atemorizando
a los dos pequeños. -¡Ya os tengo! -decía
frotándose las manos.
Encerró a Hánsel en una jaula y obligó a
Gretel a servirla como si fuera su criada.
Gretel tenía la orden de dar mucha comida
a su hermano, para que engordara cuanto
antes, pues la bruja pensaba darse un festín
con él. Pero la niña tiraba la comida
que debía ser para Hánsel y sólo le daba
una pequeña parte para que no muriese
de hambre. Además, aprovechándose
de que la bruja no veía bien, cada vez
que ella le pedía que sacara un dedo
por los barrotes para ver cuánto había
engordado, Hansel le ofrecía un huesedllo
de pollo, de modo que cada día le parecía
a la bruja que el niño iba adelgazando más
y más. La bruja perdió la paciencia y decidió
comerse a Hansel guisado aunque no estuviera
lo suficientemente gordo. Así, le dijo a Gretel
que encendiera el horno y preparara la cazuela.
La niña lo hizo, pero en cuanto la bruja se
agachó para mirar si ya había un buen fuego,
aprovechó para empujarla dentro del horno y
cerrar la puerta, de modo que la bruja murió
abrasada. Después liberó a su hermanito y se
pusieron a rebuscar en la casa de la bruja, que
tenía muchos tesoros y riquezas almacenadas.
Los niños lo metieron todo en un saco y se
marcharon.
Su padre les había estado buscando desde
el día que los abandonara. Estaba arrepentido
y desesperado cuando los encontró. Su alegría
fue inmensa y más al descubrir que, gracias a
los tesoros que traían, nunca más pasarían hambre.
Y lo mejor de todo fue que la madrastra, ya no
estaba con ellos: había abandonado a su marido
el mismo día que dejaron a los niños en el bosque,
por lo que fueron muy felices.
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