EL SASTRECILLO VALIENTE
Un sastrecíllo estaba merendando tostadas con mermelada en su taller cuando un enjambre de moscas se acercó a comerse el dulce.
Al sastrecillo le encantaba la mermelada
y se enfadó viendo tantas moscas posadas
sobre su merienda. Cogió un matamoscas
y pegó con tan mal genio y tanta fuerza que
mató a siete moscas a la vez de un solo
golpe. Orgulloso de tal éxito, el joven salió
a la calle muy contento gritando a cuantos
quisieran oírle: -¡Siete de un golpe, he matado a siete
de un golpe!
Y las gentes se admiraban pensando que
hablaba de siete personas en lugar de siete
moscas y que por lo tanto el humilde
sastrecillo era un hombre fuerte
y valiente como pocos.
Tanto repitió el sastrecillo su proeza y tanto
le vitoreaba la gente, que al final él mismo
terminó por creerse valeroso
y lleno de poder.
-Un hombre como yo
-dijo- no debe desperdiciar su tiempo
cosiendo tontos vestidos.
Debería irme a buscar fortuna y aventuras.
Y de este modo, cerró su taller, compró un
queso para comer por el camino y se
marchó de la aldea pensando recorrer
el mundo y protagonizar hazañas, de tal
modo que su fama siempre le precediera.
Cuando llevaba unas horas caminando se encontró con un gigante que le gritó:
-¡Lárgate de mi vista, enano!
-No sabes con quién estás hablando
-respondió el sastrecillo-, yo sólo
he matado a siete de un golpe.
-¿De verdad? -dijo el gigante con un tono
de burla-, pues a ver si eres capaz
de hacer esta hazaña.
Y cogió una piedra / la apretó con tal fuerza,
que al final sacó dos gotas de agua.
El sastrecillo disimuló como si cogiera
una piedra, pero en realidad cogió
el queso que llevaba y le exprimió
todo el jugo, de modo que salieron
diez o doce gotas.
Dejó al gigante asombrado y siguió su
camino hasta llegar al castillo de un rey.
Todo el pueblo estaba preocupado por la
presencia de dos violentos gigantes que
destrozaban las cosechas y maltrataban
a los habitantes y hacía tiempo que buscaban
un héroe capaz de hacerles frente.
-Entonces yo soy vuestro hombre
-dijo el sastrecillo al rey-, porque debéis
saber que yo solo he matado a siete de
un golpe y esta misma mañana he vencido
a un gigante. El rey no creía posible que
un hombre tan pequeño tuviera tanta fuerza,
pero no perdía nada probando
y le encomendó la misión.
-El hombre -añadió el rey- que consiga
vencer a los gigantes se casará con mi hija.
Y el sastrecillo miró a la princesa viendo
que era muy bonita y simpática.
Con gran ánimo se internó en el bosque
y pronto encontró a los dos gigantes que
asolaban la región. Ambos estaban dormidos
bajo un frondoso árbol y roncaban
con fuerza. El sastrecillo recogió varias
piedras y aprovechó que no podían verle
para subirse al árbol sigilosamente.
Una vez arriba dejó caer sobre uno
de los gigantes la piedra más gorda,
aunque para él sólo era un guijarro
molesto que le despertó.
-¡Eh, tú! -se quejó el primer gigante a su compañero- ¡Deja de lanzarme piedras mientras duermo! -¡Yo no te he tirado ninguna piedra! -respondió el otro. Y volvieron a dormirse. Pero el sastrecillo siguió tirando piedras desde lo alto del árbol hasta que el primer gigante, verdaderamente irritado, respondió tirando piedras a su compañero. Cada uno estaba seguro de que el otro
mentía y cada uno se encolerizó
de tal manera, que
terminaron empujándose
y discutiendo, para pasar
a pelearse seriamente
en una batalla sin
cuartel.
Tan dura fue la pelea, que los gigantes empezaron a darse golpes lo demasiado
fuertes como para terminar ambos en el suelo, fuera de combate. Entonces el sastrecillo regresó al pueblo gritando su triunfo y exponiendo a los habitantes
los maltrechos gigantes.
Pero el rey quiso poner otra prueba
al sastrecillo y le pidió que capturase
a un unicornio verdaderamente feroz que
destrozaba todas las cosechas.
El sastrecillo volvió a internarse en el bosque
hasta encontrarlo. En cuanto el unicornio
lo vio echó a correr hacia él, levantando
el cuerno en posición de ataque. El sastrecillo
se colocó frente a un grueso árbol y esperó.
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