La sopa de Piedras
Hace muchos años, llegaron unos viajeros
a una pequeña aldea de Rusia. Eran
dos jóvenes y un hombre mayor llamado
Iván. Estaban muy cansados y hambrientos,
porque habían recorrido una gran distancia.
Cuando vieron la aldea se pusieron muy
contentos, y pensaron que al fin podrían
comer y descansar de su largo camino.
—Compañeros —comentó Iván—,
estoy seguro de que la gente de este pueblo
compartirá su cena con nosotros si le decimos
cuánto hemos caminado.
—¡Qué bueno que llegamos! Siento
un hoyo en el estómago por el hambre que tengo
—dijo Boris, uno de los jóvenes viajeros.
Iván se acercó a una casa y tocó la puerta.
—¿Quién es? —preguntó una voz de mujer.
—Somos tres viajeros camino a nuestros hogares.
¿Podrías compartir con nosotros un poco de tu
comida, buena mujer?
—¿Comida? No, no puedo. No tengo nada
que compartir con ustedes.
—Gracias —contestaron los tres hombres.
Iván se acercó a otra puerta,
—Buenas tardes —saludó Iván.
—¿Qué quieren? —preguntó sin cortesía una voz ronca.
—Quisiéramos algo de comer. Somos tres viajeros camino
a nuestra casa. Hemos recorrido un tramo larguísimo y
estamos hambrientos. —No tengo nada que invitarles
-contestó el hombre desde la ventana.
Iván tocó otra puerta, pero obtuvo el mismo resultado,
nadie abrió y mucho menos los invitaron a cenar.
—¡Qué gente tan egoísta! —dijo Boris.
—No saben compartir —confirmó Mikolka, el otro viajero.
—¡Ya sé! —exclamó Iván—. Vamos a darles una lección
a estas personas. Les enseñaremos a hacer sopa de piedra!
—¡Qué buena idea!—dijeron sus compañeros,.
Algunos de los aldeanos miraban por las ventanas,
esperando que los extraños se fueran del lugar
—¿Todavía no se van? —preguntó un viejo.
—¡Aquí no queremos vagabundos! —amenazó una mujer.
Mientras tanto los viajeros prendieron una fogata
en medio de la aldea. Sobre el fuego colocaron una
olla que encontraron abandonada en un patio.
—Vamos al arroyo por agua —dijo Boris.
—Está bien. Y no olviden traer unas piedras para
la sopa—grito Iván para asegurarse qué todos
en el pueblo lo oyeran—; pero elijan unas
sabrosas y redonditas. Al poco rato los compañeros
de Iván regresaron con unas piedras y las pusieron
dentro de la olla. —Esta sopa va a quedar muy
rica —dijeron los tres.
Los aldeanos, que habían estado muy pendientes
de todos los movimientos de los visitantes, salieron
de sus casas y se acercaron al fuego.
—¿Qué están haciendo? —preguntó uno de ellos.
—¡Oh!, sólo un poco de sopa de piedra —contestó Boris.
—¿Sopa de piedra? Yo nunca había oído de esa sopa.
—¿Nunca ha probado la sopa de piedra? —dijo Iván—.
¡Ah! Entonces acompáñenos a cenar para que la pruebe.
¡Compañeros! Hoy tenemos un invitado para la cena.
Debemos agregar otras piedras a la sopa.
Muy bien —dijo Boris, y dirigiéndose al
aldeano preguntó—: Disculpe, buen hombre,
¿de casualidad tendrá usted una cuchara? No estaría
bien que moviéramos la sopa con una varita hoy
que lo tenemos a usted como invitado. —Sí, sí —
dijo el aldeano—. Voy por ella.
—Es usted muy generoso —agradeció Mikolka.
Una aldeana se acercó para ver qué pasaba.
Una de sus amigas también salió de su casa y le preguntó:
—¿Qué hacen esos hombres?
—Dicen que preparan sopa de piedra
—¿Y tomaron las piedras de nuestro arroyo?
—Sí, amiga, y te diré que esa sopa huele muy rico.
—Pues yo no huelo nada, qué raro.
—La verdad es que yo tengo mucha hambre.
El aldeano que había ido a buscar la cuchara
regresó y además trajo su plato. Boris comenzó
a mover la sopa de piedra y luego la probó.
—¡Mmm, está muy rica! Sólo le falta un poco
de cebolla. Las dos amigas ya se habían acercado
al fuego y una de ellas dijo que tenía una cebolla
en su casa. —¡Qué bien! —exclamó feliz Mikolka—.
Así le daremos un mejor sabor a nuestra sopa.
Traiga también su plato, para que cene con nosotros.
La mujer se echó a correr y enseguida volvió con
varias cebollas. Boris las puso en la olla de la sopa
y después de un rato la probó de nuevo.
—¡Qué rica está!, pero con unas zanahorias quedaría mejor.
—Yo tengo algunas en mi casa —dijo otro de los
aldeanos—. Voy por ellas. Casi al instante el aldeano
regresó con un pequeño costal de zanahorias muy limpias.
Boris las agregó a la sopa y después de un rato volvió
a probarla.
—Ya está mejorando más el sabor. Ahora sería buen
momento para agregarle unas papas. Un hombre entró
a su casa y regresó con una canasta de papas lavadas
y peladas. Boris las agregó a la sopa.
—¡Ay, no puede ser! ¡Son demasiadas papas,
ya no sabrá bien la sopa! —gritó Iván.
Los aldeanos se miraron decepcionados.
"¡Qué pena, tan rica que estaba quedando!", pensaron.
—Todavía se puede arreglar —dijo Boris—
¿Qué les parece si agregamos un poco de carne?
—Yo tengo en casa —dijo otro aldeano—. Voy por ella.
Por fin el aldeano trajo la carne y se la agregaron a la sopa.
Mientras la sopa terminaba de cocinarse, varias personas
de la aldea se acercaron para preguntar a los viajeros si
cualquiera podía hacer sopa de piedra.
—¡Claro que sí! —afirmaron Iván y sus compañeros—.
Sólo se necesita agua, piedras y un poco de hambre.
Luego de un rato aquella sopa comenzó a oler realmente
delicioso, Iván les dijo a los aldeanos: -!Qué piedras mas
ricas hay en esta aldea, La sopa va a quedar muy sabrosa,
¿por qué no traen todos su plato y así compartimos esta
nutritiva sopa? Todos los aldeanos disfrutaron de una ríca
cena mientras tanto, Borís y Mikolka comían y contaban
historias sobre los lugares lejanos que habían visitado.
Libro de lecturas de tercer grado